Hay un bosque oculto bajo las aguas del Golfo de México. La naturaleza lo mantuvo fuera de la vista durante más de 60.000 años hasta que en 2004 el huracán Iván lo reveló al mundo. Los biólogos apenas han comenzado a estudiar los animales que viven en él y es un auténtico laboratorio farmacéutico.
Hace 60.000 años, el Golfo de México era un extenso bosque de cipreses gigantescos. Con el paso de los siglos, los árboles terminaron cubiertos de sedimento y después el mar reclamó para sí ese territorio. Los árboles de aquel bosque permanecieron enterrados bajo la arena del fondo marino hasta 2004. Ese año, el huracán Iván golpeó la costa de Alabama con vientos de 225 km/h. En alta mar, olas de hasta 27 metros removieron toneladas de arena del fondo marino y dejaron al descubierto este extraño paisaje prehistórico.
Hace tiempo que los árboles de este bosque murieron, pero las condiciones de su tumba, concretamente la falta de oxígeno, han permitido que la madera se conserve sin fosilizarse ni pudrirse. Los troncos de aquellos cipreses son hoy el hogar de millones de pequeños animales.
La ciencia apenas ha comenzado a explorar las criaturas que pueblan ese ecosistema, y los primeros resultados ya apuntan a un auténtico paraíso para la medicina, la farmacia y la biotecnología. Un equipo de biólogos de las Universidades Northeastern y Utah han comenzado a catalogar las especies que viven en el bosque con especial atención a las bromas o gusanos de la madera. Estos invertebrados y las bacterias con las que se asocian son conocidos por ser auténticos laboratorios vivientes y su estudio es crucial en el desarrollo, por ejemplo, de nuevos fármacos para luchar contra la resistencia bacteriana.
Las bromas son viejos conocidos de la biología, pero es la primera vez que se encuentran estos gusanos viviendo en madera de hace 60.000 años, por lo que es probable que las bacterias que estos invertebrados han desarrollado sean completamente nuevas para la ciencia.
En las primeras muestras de madera recuperadas del bosque submarino se han catalogado 300 especies y más de 100 bacterias de las que 12 son completamente nuevas. De momento, la prioridad de los científicos y de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA por sus siglas en inglés) es preservar este nuevo ecosistema y sentar las bases para su estudio, especialmente a nivel genético. De los árboles de ese bosque sumergido podrían salir avances en campos tan diferentes como la producción pesquera, la generación de energía o hasta la seguridad.