Los aeropuertos, por lo general rodeados de vecindarios, carreteras o agua, ya están teniendo dificultades para lidiar con el creciente número de viajeros aéreos. Además, según una asociación comercial de aerolíneas, se espera que ese número siga subiendo a más de 7000 millones de personas a nivel mundial para 2035, casi duplicándose desde 2016.
Los aeropuertos en Osaka (Japón) y Abu Dabi han probado quioscos autónomos de registro que se mueven por sí solos para ayudar a controlar los picos en el flujo de pasajeros.
El Aeropuerto Internacional de Seattle-Tacoma y el Aeropuerto Internacional de Miami son algunos de los que están utilizando sensores visuales para monitorear la extensión de las filas de pasajeros y la velocidad con la que las personas se están moviendo a través de los controles de seguridad. Los administradores pueden usar esa información para ajustar los lugares donde necesiten asignar más trabajadores o enviar pasajeros a filas más cortas. Los pasajeros pueden ver cuánto tendrán que esperar en señalizaciones o en una aplicación para el teléfono. La meta es ayudar a reducir las preocupaciones de los viajeros acerca de si podrán abordar su vuelo a tiempo.
Para los vuelos internacionales, cada vez más aerolíneas están instalando las que se conocen como “puertas de autoembarque”, que usan una cámara para capturar y comparar una fotografía del viajero con la que fue tomada para el pasaporte de esa persona y otras fotografías registradas en los archivos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos. Las puertas, que usan tecnología de reconocimiento facial, reemplazan a los tradicionales agentes que verifican pases para abordar y documentos de identidad.