La playa de Agua Dulce suele ser un mar de gente, atestada con hasta 40.000 personas por día durante el verano austral en Perú, que va desde diciembre a marzo.
Pero la pandemia del nuevo coronavirus ha cambiado todo eso. El presidente de Perú, Martín Vizcarra, declaró el estado de emergencia cuando las muertes comenzaron a aumentar y ordenó a la población que se quedase en sus casas, lo que vació en gran medida la playa.
El medio kilómetro (milla) se arena marrón grisácea ubicado a 20 kilómetros (12 millas) al sur del centro de la capital, Lima, es un refugio para la clase trabajadora, un lugar al que los visitantes llegados de las tierras altas andinas meten por primera vez sus pies en el agua.
Pero en los últimos días, un ejército de aves marinas ha tomado el arenal abandonado por los humanos. Los puentes peatonales, antes abarrotados, están prácticamente vacíos. En lugar de un caos de huellas humanas, la playa está tatuada ahora con las pisadas de gaviotas y pelícanos.
Los agentes de policía que hasta hace nada buscaban vendedores ambulantes sin licencia entre la multitud, ahora caminan por la playa vacía para disuadir a los posibles bañistas. Los sorprendidos en esta situación reciben apenas una advertencia.
Uno de los pocos que desafió la norma era Tomás Cabrera, de 86 años, que se sentó en una escollera disfrutando de la inusual soledad.