Se trata de bacterias fototróficas púrpuras, que tienen la capacidad de almacenar energía de la luz, cuando se les suministra una corriente eléctrica pueden recuperar alrededor del 100 % del carbono de cualquier tipo de residuo orgánico, al tiempo que producen gas de hidrógeno para su uso como combustible.
Por lo tanto una potencial fuente de energía se encuentra en compuestos orgánicos de aguas residuales domésticas y aguas residuales industriales, como lo son bioplásticos e incluso proteínas para la alimentación animal, sin embargo la carencia de un método de extracción eficiente ocasiona que las plantas de tratamiento los desechen como contaminantes.
Estas bacterias atrapan la energía de la luz solar mediante una diferentes pigmentos, que les otorgan un tono naranja, rojo o marrón, así como púrpura. Es la versatilidad de su metabolismo, no su color, lo que los hace tan interesantes para los científicos.
El resultado metabólico que predomina depende de las condiciones ambientales de la bacteria, por ejemplo la intensidad de la luz, la temperatura y los tipos de sustancias orgánicas y nutrientes disponibles.
El uso de una corriente eléctrica externa para mejorar la producción de bacterias púrpuras, se realiza mediante un concepto conocido como «sistema bioelectroquímico», es funcional debido a que las diversas vías metabólicas en las bacterias púrpuras están conectadas por un factor común: los electrones.
Es decir, se necesita un suministro de electrones para atrapar la energía de la luz, al tiempo que transformar el nitrógeno en amoníaco libera el exceso de electrones, que deben disiparse.
Al mejorar el flujo de electrones al interior de las bacterias, una corriente eléctrica, suministrada a través de electrodos positivos y negativos, como sucede en una batería, tiene la capacidad de delimitar estos procesos y maximizar la velocidad de síntesis.